(由 Google 翻译)有些事我宁愿忘记……
但我坚定不移的伦理道德责任迫使我警告那些毫无戒心的游客,这里曾发生过可怕的事件,一个充斥着无效和肠胃紊乱的难以言喻的避风港。从这里,我将获得解脱。
傍晚六点。四个朋友在海滨城市米拉玛的中心寻求庇护和咖啡,大西洋的寒风将寒霜吹进城市深处,肆虐着这座城市。他们的脚步转向21街和24街的拐角处。那里写着“范戴克”。一个致力于融合古典与现代的地方,专为富家子弟或身份认同冲突的网红而设……
他们接受了寒冷的邀请,接受了漫步的本能,却落入了错误的陷阱。一进门,他们就感到困惑……他们不被允许入座。空荡荡的桌子和凌乱的椅子,但服务员却漠不关心,几乎一动不动。他们站着等了半个多小时。耐心悬而未决。店里空了一半。
一个人回忆道:
“帕布利托以前常和他当演员的叔叔来这里。那时候这里真是个好地方。”
“是啊,但现在被一个唯利是图的老板收买了。什么都没留下。”另一个人回答道。
最后,他们各自坐了下来。服务员来了。年轻,心不在焉……但擅长做笔记。他们点了三杯咖啡、一份潜艇堡和三个混合烤三明治。
“只要奶酪?”服务员问。
“不!混合……火腿和奶酪!”他们回答。
“热烤三明治?”服务员犹豫地追问道。
“是的,热的!还是要放在冰箱里烤?”哈维尔说着,从服务员手中抢过点餐单,自己做了笔记。 —就这样吧……我希望厨房里的人能读懂……
又过了半个小时。桌子仍然空着。哈维尔站起来,有些不耐烦:
—我要走了。拖沓会让我少活好几年。
但寒冷说服了他,而不是我的朋友们。
食物来了。咖啡,不冷不热。潜艇,二战时期的。吐司,三块松软、苍白的面包屑。面包,这是一次背叛。
过了一会儿,他们中的一个——最粗心的那个,我们就叫他曼努埃尔吧——被酸咖啡冲昏了头脑,去了洗手间。他脸色苍白地回来了,裤子拉链也解开了。
—对不起,我经常这样,他一边说着,一边拉上了裤子拉链。
—我不想说得太露骨,他坐下时说,但那洗手间简直就是一个等着被人投诉的地方。门把手惊恐地看着我。黑板的装饰与周围环境相得益彰。厕所在呼救。
服务员走过来,速度很快:
“你是从厕所出来的吗?”他手里拿着抹布和漂白剂问道……
“是的!请问是哪一家?!”曼努埃尔鼓起勇气,迅速地表示出些许礼貌。
“去把脏乱收拾干净!”服务员命令道……
“厕所里的脏乱比吐司面包好受多了,”曼努埃尔回答道,一边跪下,抖落一块三明治,把它扔到地上。
与此同时,第四个朋友趁着这场争吵,走到收银台结账。一种奇怪的感觉,内疚和愤慨交织在一起,萦绕在他的心头。毕竟,那个拐过21街和24街拐角的人,那个看到“范·戴克”招牌的人,就是他。
而他,就是我。
其他三个朋友站起身,四个人一起离开。他们快步走着。寒冷此刻感觉像是一种祝福。他们放声大笑,就像为了不哭而放声大笑。他们默默地——或者说不那么默默地——立下誓言,永不回头。
范·戴克,米拉玛。2025年。
一杯在灵魂和肠胃上留下印记的咖啡。
(原文)
Algunas cosas preferiría olvidarlas...
Pero mi inquebrantable responsabilidad ética y moral me obliga a advertir al turista desprevenido acerca de los nefastos sucesos acaecidos en este sitio, inefable reducto de la inoperancia y del caos gastrointestinal. Desde aquí, mi descargo.
Seis de la tarde. Cuatro amigos buscan refugio y café en el centro de la inmarcesible ciudad costera de Miramar, azotada por una helada que el viento del Atlántico empuja hacia adentro de las entrañas de la ciudad. Sus pasos giran en la esquina de 21 y 24. Se lee, "Van Dyke". Un recinto que pretende mezclar lo clásico con lo modernoso, ambientado para nenes bien o influencers con conflictos de identidad...
Aceptan la invitación del frío, del instinto del vagabundeo, pero caen en la trampa del error. Apenas ingresan, el desconcierto...No los dejan sentarse. Hay mesas vacías y sillas desordenadas, pero el mozo, indiferente, apenas mueve un músculo. Esperan de pie, más de media hora. La paciencia, en la cuerda floja. El local, semi vacío.
Uno recuerda:
—Acá venía Pablito con su tío, el actor. En esa época era un lugar bárbaro.
—Sí, pero ahora está en manos de un dueño ventajista. De todo eso, no le queda nada —responde otro.
Finalmente, se sientan por su cuenta. Llega el mozo Joven, disperso....con talento para anotar mal. Piden tres cafés, un submarino y tres tostados de miga mixtos.
—¿Queso solo? - pregunta el mozo..
—¡No! Mixto...¡jamón y queso!- le responden
—¿Calientes los tostados? - insiste el mozo, dubitativo...
—¡Sí, calientes! ¿O los vas a tostar en el freezer? —dice Javier, que termina arrebatándole el papel de comanda al mozo para anotar él mismo. —Llevalo así...espero que el de la cocina sepa leer...
Pasa otra media hora. La mesa sigue vacía. Javier se levanta, harto:
—Me voy. La lentitud me quita años de vida.
Pero lo convence el frío, no los amigos.
La comida llega. El café, tibio. El submarino, de la Segunda Guerra Mundial. Los tostados, tres pedazos de miga flácidos, pálidos. Una traición en forma de pan.
Al poco tiempo, uno de ellos —el más incauto, llamémoslo Manuel—, víctima del café agrio, va al baño. Vuelve pálido, con la bragueta baja.
—Perdón, me pasa seguido —se excusa, mientras se cierra el pantalón.
—No quiero ser gráfico —dice al sentarse—, pero ese baño es una denuncia esperando ser escrita. El picaporte me miró con miedo. La tabla tenía decoración acorde al entorno. El inodoro, pedía auxilio.
Se acerca el mozo, ahora sí, rápido:
—¿Fuiste vos el que salió del baño!? — le pregunta, con trapo y lavandina en mano...
—Sí! ¿Y cuál hay?! —se envalentona Manuel, rápido para la compadrada.
—¡Andá a limpiar el enchastre! - le exige el mozo...
—El enchastre del baño está más pasable que el tostado —responde Manuel, mientras sacude un pedazo del sándwich genuflexo y lo deja caer al piso.
Mientras tanto, el cuarto de los amigos aprovecha la trifulca y se va a la caja, a pagar. Lo acecha una sensación extraña, mezcla de culpa e indignación. Al fin y al cabo, el que dobló la esquina de calle 21 y 24, el que llevó la mirada al cartel que decía "Van Dyke", fue él.
Y él, soy yo.
Los otros tres amigos se paran, y se van los cuatro juntos. Caminan rápido. El frío ahora se siente como una bendición. Ríen fuerte, como quien ríe para no llorar. Y sellan el pacto silencioso – o no tan silencioso...– de jamás volver.
Van Dyke, Miramar. Año 2025.
Un café que deja huella… en el alma y en el intestino.