(Google による翻訳)サンペドロ山の頂上、風が絶えることなく吹き、カモメが街の上空を旋回する場所に、ドームがある。長年、それは閉ざされていた。かつて大切だった多くのものと同じように、忘れ去られていた。半世紀を経て、布や裁縫、そして人々の視線が織りなす道が築かれ、そのドームは再びその目を開いた。そして、それはまさにその通りになったのだ。
彼らはそれを「50 Songs of the Sea」と呼ぶ。美術館でもなければ、パーティーでもない。それは何か別のものだ。囁かれた告白、あるいは署名のない手紙のようなものだ。言葉は必ずしも紙で書かれる必要はないことを理解しているアーティスト、エス・デブリンによって制作された。そしてそれは、鋼鉄と水の間に浮かぶ、まるで封印された詩のように、そこに存在している。
中に入ると、暗闇が迎えてくれる。静寂に身を委ねると、円形のプラットフォームがゆっくりと回転する。自分が機械の中にいるのか、惑星の中にいるのか、それともまだ自分に起こっていない何かの記憶の中にいるのかわからない。あなたを導く声は、エレナ・アナヤの声だ。それは海について、記憶について、そして小さく始まり巨大化したブランドを築き上げた人々について語る。ブランドであると同時に、縫い、梱包し、想像し、運び、描く人々の物語でもある。
暗闇の中、働く人々の名前が一人ずつ映し出される。まるで、あなたのためだけに輝く星座のように。そこには、見せ場も、自慢話もない。ただ感謝の気持ちだけがある。古びた言葉で、ほとんど使われていない。
そして、これらすべての背後には――まるで舞台裏に留まることを選んだ人物のように――アマンシオ・オルテガの影がある。彼は姿を現さない。口を開かない。しかし、帝国は称賛されるものではなく、高く評価されるものだと理解する創業者の影のように、彼の影はそこに存在する。そして、彼の傍らには、娘のマルタ・オルテガがいた。彼女は、未来とはスピードを上げることではなく、立ち止まって自分たちのルーツを見つめることだと理解していた。
彼女には壮大なスピーチなど必要なかった。彼女は、他の人々が数字を創造する場所に芸術を創造した。廃墟となったドームを再び開き、海に語らせた。なぜなら、あなたが手を離すと、海は物語を語るからだ。
その体験は約10分続く。ほとんど何もない。しかし、ブラインドが開き、真の光が差し込み、はるか遠くにヘラクレスの塔が姿を現すと、本質は必ずしも時間で測られるわけではないことに気づく。時には、ちょっとした仕草で十分だ。日常生活のただ中にひらめく美しさ。
そして、あなたは外に出る。山を下りてくる。街を違った目で見る。何も買わなかった。ファッションも見なかった。しかし、あなたは何かの中に入ったのだ。何かが動き、呼吸し、記憶を刻む。
そして、今の時代において、それは多くのことを物語っている。
(原文)
En lo alto del Monte de San Pedro, donde el viento no se detiene nunca y las gaviotas dibujan círculos sobre la ciudad, hay una cúpula. Durante años estuvo cerrada. Olvidada, como tantas cosas que alguna vez importaron. Ahora, tras medio siglo de caminos tejidos con tela, costura y visión, esa cúpula ha vuelto a abrir los ojos. Y lo ha hecho para hablar.
La llaman 50 Songs of the Sea. No es un museo. No es una fiesta. Es otra cosa. Algo más parecido a una confesión en voz baja, o a una carta sin firmar. La creó Es Devlin, una artista que entiende que las palabras no siempre necesitan papel para ser escritas. Y está ahí, suspendida entre el acero y el agua, como un poema contenido.
Al entrar, te recibe la penumbra. Una plataforma circular gira lentamente mientras te acomodas en el silencio. No sabes si estás dentro de una máquina, un planeta, o el recuerdo de algo que aún no te ha pasado. La voz que te guía es la de Elena Anaya. Dice cosas sobre el mar, sobre la memoria, sobre las personas que han construido una marca que nació pequeña y se volvió inmensa. Una marca, sí, pero también una historia de cuerpos que cosen, empaquetan, imaginan, transportan, dibujan.
Los nombres de esos trabajadores aparecen proyectados, uno a uno, en la oscuridad, como constelaciones que se encienden sólo para ti. No hay espectáculo. No hay alarde. Solo gratitud. Una palabra antigua, casi en desuso.
Y detrás de todo esto —como un personaje que eligió quedarse entre bambalinas— está Amancio Ortega. No aparece. No habla. Pero su sombra está ahí, como la del fundador que entiende que los imperios no se celebran, se agradecen. Y junto a él, su hija, Marta Ortega, que ha comprendido que el futuro no es avanzar más rápido, sino detenerse a mirar de dónde vienes.
Ella no necesitó grandes discursos. Puso arte donde otros pondrían cifras. Reabrió una cúpula abandonada y dejó que el mar hablara por ellos. Porque el mar, cuando lo dejas, lo cuenta todo.
La experiencia dura unos diez minutos. Apenas nada. Pero cuando se abren las persianas, y entra la luz real, y aparece la Torre de Hércules allá al fondo, entiendes que lo esencial no siempre se mide en tiempo. A veces basta un gesto, una grieta de belleza en mitad de lo cotidiano.
Y entonces, uno sale. Baja del monte. Mira la ciudad con otros ojos. No ha comprado nada. No ha visto moda. Pero ha estado dentro de algo. Algo que se mueve, que respira, que recuerda.
Y eso, en estos tiempos, es mucho decir.